"(...) Cataluña fue uno de los destinos preferentes de esos andaluces que
salieron de la región en busca de oportunidades. Se calcula que,
alrededor de 1970, ya habían emigrado más de 800.000.
El flujo comenzó
tras la guerra, que arrancó las esperanzas jornaleras en una reforma
agraria que equilibrase la situación del campo andaluz, y se intensificó
a partir de los años cincuenta. En el horizonte, no solo la idea de
encontrar un trabajo en las ciudades industriales catalanas, sino la
oportunidad de volver a empezar de cero lejos de las heridas de la
contienda.
”En su pueblo de origen el emigrante era
conocidopor su vida pública y privada y, por lo tanto, era un sujeto
fácil no sólo de la represión oficial sino de aquella represión informal
de negación de trabajo y vacío social que convirtió su devenir en una
verdadera pesadilla”, explica el profesor Manuel Marín Corbera en las páginas de Andalucía en la Historia.
La adaptación, sin embargo, no fue fácil. Los charnegos
-como se conoce a los inmigrantes que llegaron a Cataluña desde otras
partes de España- tuvieron que soportar la falta de garantías laborales y
el recelo de unos obreros catalanes que los percibían como una
competencia en tiempos de dificultades económicas.
“Fueron
alojados en infraviviendas, tratados con desdén y contratados con
míseros salarios bajo precarias condiciones de trabajo”, explica Marín
Corbera. En ese contexto, las redes de solidaridad que se
formaron entonces entre andaluces emigrados constituyeron un importante
cabo al que muchos pudieron agarrarse.
El recelo de las autoridades incluso llegó a materializarse en forma
de deportaciones, vinculadas a la lucha contra las barracas en las que
se asentaron muchos andaluces. Según recoge el periodista Jaume V. Aroca
en la revista editada por el Centro de Estudios Andaluces, entre 1952 y
1956 fueron deportados más de 15.000 personas, muchas de ellas
procedentes de Andalucía.
El gobernador civil de Barcelona, Felipe Acedo
Colunga, envió a todos los ayuntamientos una circular en la que les
instaba a impedir los asentamientos de las personas que llegasen sin una
vivienda legalizada. Los que se encontrasen en esa situación, debían
ser enviados al Pabellón de las Misiones de Montjuïc, que también había
servido para acoger indigentes.
Pese a las trabas, la inmigración
continuó: “Los inmigrantes se las ingeniarán para llegar de todos modos,
bien bajando de los trenes en estaciones todavía alejadas de
Barcelona, bien saltando a las vías antes de llegar a la capital o,
sencillamente, tratando de ocultar su procedencia”, explica Aroca.
Muchos de esos andaluces nunca emprendieron el camino de vuelta Su presencia sigue muy viva en la sociedad catalana, donde existe un importante tejido asociativo de las comunidades andaluzas.
Desde una de ellas, el Centro Cultural de Andalucía en Manresa,
Maruchi contaba que aún no ha podido olvidar las calles de Almería pese a
llevar más de cuarenta años alejada de ellas.(...)" (Público, 09/02/2014)
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